Comienzo a escribir de nuevo como parte de las recomendaciones que recibí la semana pasada. Quizá no sea brillante, tal vez sólo me falte creer; de lo que tengo la certeza, es de que nada hay que no sea mejorado con el esfuerzo, mucho de éste y un poco de dedicación.
Vuelvo a perderme entre millares de letras, centenares de palabras y decenas de párrafos, poco a poco me vuelvo a sentir yo. Te había dicho cuánto te extrañaba.
No quiero dejar nada al aire
Vuelvo a conocer a Mattelard, Barbero, Lasswell, Eco. Necesito un poco más de paciencia, apaciguar esa sed, esa batalla contra el tiempo en el tiempo. Vuelvo a pensar de nuevo.
Y recuerdo, recuerdo que no soy poesía, soy prosa fuerte, burda, vulgar, hostil, realista, empolvada en una triste ciudad, en un cuarto solo, húmedo, que se asoma a las luces que se pierden como las luciérnagas en la noche. Mi noche obscura, sin luces, sin aliento, sin compañía. Tu compañía, la que no hace falta, la que está en mi cabeza. La cabeza que no me sirve para pensar.
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