martes, septiembre 21, 2010

Desde Hesse, hasta Murakami con E. Hopper

Cuando comencé a leer, inicié mi hábito hipnotizada por las letras de Herman Hesse. Recuerdo a Demian como la primer novela que marco mi vida, entre la personalidad de Max Demian, la debilidad de Sinclair, abraxas y el narcisista amor por Beatrix, pasé una buena cantidad de tiempo leyendo las letras de Hesse, tanto que lo que menos recuerdo de él podría ser lo más popular, me refiero al Lobo Estepario, en cambio recuerdo con mayor nítidez a Narciso y Peter Camenzind; Desde Hesse, hasta Murakami con E. Hopper, pensé que nadie me enamoraría más.

Entonces llegó Milan Kundera...

Sólo puedo decir que La insoportable levedad me atrapó de principio a fin, ¿quién no ha sido seducido por ese libro?, quien no ha sido seducido por ese libro, es falto de pasión. Y de nuevo la historia se repitió, pasé por la Identidad, entre personajes que viven sin vivir, undidos en sus obsesiones, leía ansiosa por encontrar la respuesta entre líneas, hasta llegar a La Ignorancia. Nada.

Llegó Murakami... Cuando vivía con Nidia, observé durante meses un Tokio Blues en algún lugar del comedor, hasta que un día, no sé por qué, comencé a leerlo. Desde las primeras líneas que retratan una sala de espera en un aeropuerto quedé enganchada. Línea a línea sentía su historia como mía, encontraba algo de mi en ellas; después al leer Sputnik sucedió lo mismo. Ahora After Dark. Unas horas atrás visualicé a cada uno de los personajes de Murakami como si fueran los protagonistas de las pinturas de Edward Hopper. Yo a Hopper también lo amo. Líneas más adelante me he topado con el mismo Hopper en el texto de Murakami, así él dice: La escena podría figurar en un cuadro de Edward Hopper titulado Soledad.

Una coincidencia. Una hermosa coincidencia que me hace pensar como en dos polos del mundo, pueden haber personas de distinta edad y cultura, que en intermitencias comparten una misma imagen.

lunes, septiembre 06, 2010

El mundo no se detiene

En últimas fechas adquirí uno de esos teléfonos llamados smartphone; ante las apuestas de todos mis conocidos, respecto a hacerme adicta a ese aparatillo, yo he podido contener mi ansiedad.

Es cierto que dichos teléfonos son una maravilla. La conectividad al mil por mil todo el día, todos los días, todo el año; simplemente un milagro de la comunicación, una comunicación dada practicamente en tiempo real. En los cines, restaurantes, bares, autobuses, calles, paradas de camión, iglesia, plazas zas despierta ve a tu alrededor, cuántos tiene un smartphone, cuántas personas pierden una fracción del día por tener la atención fija en el twitter, facebook, etc...

Es un poco la otra cara de la moneda.

Sucedió que un colibrí pasó volando a mi lado y yo me perdí verlo en mi hombro, porque estaba twiteando. Cuántas cosas perdemos de vista, cuánto dejamos de vivir por hacernos presa de la tecnología, cuántos libros dejamos de leer, por estar tras de la pc.

Cuándo abriremos los ojos, para darnos cuenta que el mundo no se detiene y no todo es lo que vemos a través de una pantalla. Que conste que yo amo la tecnología, nada más que abrí los ojos un ratito.

jueves, septiembre 02, 2010

Un cuento pendiente

Los demonios
Entonces recuperé el sueño.

Cuando conocí a Samara inmediatamente me sentí atraído por ella. Desde mi ángulo observé en cámara lenta cómo la curvatura de sus labios se entreabría para pronunciar mi nombre de la misma forma en que días más tarde se abrirían sus piernas para llevarme a un mundo de placer agotador.

Fue en un bar de Sevilla donde la vi bailar por primera vez; sus manos blancas se entrelazaban como dos vertientes de agua que se convierten en una, mientras su cadera se contoneaba al ritmo en que sus pies hacían cimbrar el suelo. Podría morir en el placer de tocar su cabello negro, al toparme con las dagas de sus ojos azabache. Al terminar su número, se acercó a mi mesa.

Me encontraba recién llegado a España. Después de varios intentos por fin había conseguido vacaciones. 10 horas de vuelo, un poco más en tren, y me encontraba ahí, solo, bebiendo cerveza frente a esa gitana que me hipnotizó con su baile y que se acercaba a mí. Ahí estaba al frente, parada junto a la silla preguntándome:
- ¿Cómo te llamas?
Su voz era sutilmente áspera, como las manos en el invierno. Su dentadura perfecta me dejó en un espasmo hasta que repitió:
-¿Cómo te llamas?
- Javier
-¿Javier, eh? Ja vi er
- Tienes un común nombre español, pero no eres de aquí; ¿me invitas a sentarme?
Y fue ese el instante todo se detuvo, cuando dijo mi nombre. Se sentó y comenzamos a platicar, me preguntó qué hacía ahí, de dónde era, por qué estaba en Sevilla, si recorrería toda la zona Andaluz, si me había gustado su baile, si viajaba solo … y se ofreció a ser mi guía para los días posteriores.

Continué bebiendo y ella bailó para mí; sin pedírselo me acompañó hasta mi hotel…

Me aventó en la cama, al tiempo que comenzó a bailar de nuevo, desprendiéndose poco a poco de la ropa; sólo podía contemplar atónito el movimiento de sus pechos, y sus manos deslizándose entre sus piernas; escuchar ese jadeo entrecortado que salía de su boca, me hacía sentir que una eyaculación era inminente; en una fracción de segundo se abalanzó sobre mí y en dos movimientos sentí como mi glande hacia fricción con su paladar… cinco succiones y yo había acabado. Samara continuaba besándome, frotándose en mi pene, hasta que mi erección creció lo suficiente para entrar en ella; al primer contacto sentí la suavidad de sus entrañas y un calor ardiente que consumía la mías, tanto como me consumían sus ojos al mirarme.

Ausente

Me sentaba en el sillón hasta sentirme hundida en un hueco. Tomé el control de la televisión y comencé a cambiar de canales hasta parar en lo que parecía una película mexicana. Una mujer de cabello corto, con una mechón largo color rosa; desmaquillada, pulseras en mano izquierda, overol y camiseta verde; rayaba un pared de cristal. Médium shot era el encuadre.

Dibujó un corazón atravesado por una flecha, mientras mantenía una conversación con un hombre.
-Me hizo bien estar en la clínica; pero ya no tomo fotos así.
- Es tu trabajo y está para cuando desees volver.
- Sólo quiero volver contigo, por eso regresé; necesito una segunda oportunidad.
- No puedo, estoy casado.

La última frase telenovelera de la conversación, me hizo sonreír en un destello, y supe una vez más, que todos somos la misma historia. Por supuesto que no pude evitar preguntarme si terminaría como esa mujer. Loca en recuperación.

Las horas continuaron pasando y yo no hacía nada, sólo pensaba sin poder actuar. Sabía que debía de rascar en lo más profundo de mi cerebro, para poder encontrar esa “chispa” que tanto me hacia falta. Estaba plenamente consciente de cómo me ahogaba en el torrente de ideas que emanaban de mi cabeza; tenía que agitar brazos y piernas, pero no encontraba la fuerza.

Me fui a la cama bajo la promesa del día anterior, y del anterior al anterior… al despertar me obligaría a realizar el listado de tareas pendientes.

Por inercia más que por convicción me levanté, bañé, arreglé y perfumé; subí a mi automóvil y comencé a conducir, aún disfrutaba el placer que me producía el estar tras un volante; me sentí feliz.

Me detuve ante un semáforo en rojo y antes de que pudiera reaccionar, la imagen de un chico de trece años, me jaló de nuevo al agua, sucia y resbalosa, como el agua de jabón que él ocupaba para rociar el parabrisas. Alrededor de su boca, en el contorno de sus fosas nasales distinguí lo que parecía resistol. En un segundo nuestras miradas, la mía y lo poco que parecía quedar de la suya se cruzaron. Quizá el llegó al fondo y está ahí, sentado, acostado, parado, pero en el fondo. Quizá eso sea más cómodo que la sensación de caer poco a poco. Antes de que me atreva a preguntar algo, el sonido de un claxon y la luz verde al frente, me obligan a avanzar. Extiendo mi mano con cinco pesos, contribuyo a pagar la cuota de permanecía… en el fondo.

Ausente

Me sentaba en el sillón hasta sentirme hundida en un hueco. Tomé el control de la televisión y comencé a cambiar de canales hasta parar en lo que parecía una película mexicana. Una mujer de cabello corto, con una mechón largo color rosa; desmaquillada, pulseras en mano izquierda, overol y camiseta verde; rayaba un pared de cristal. Médium shot era el encuadre.

Dibujó un corazón atravesado por una flecha, mientras mantenía una conversación con un hombre.
-Me hizo bien estar en la clínica; pero ya no tomo fotos así.
- Es tu trabajo y está para cuando desees volver.
- Sólo quiero volver contigo, por eso regresé; necesito una segunda oportunidad.
- No puedo, estoy casado.

La última frase telenovelera de la conversación, me hizo sonreír en un destello, y supe una vez más, que todos somos la misma historia. Por supuesto que no pude evitar preguntarme si terminaría como esa mujer. Loca en recuperación.

Las horas continuaron pasando y yo no hacía nada, sólo pensaba sin poder actuar. Sabía que debía de rascar en lo más profundo de mi cerebro, para poder encontrar esa “chispa” que tanto me hacia falta. Estaba plenamente consciente de cómo me ahogaba en el torrente de ideas que emanaban de mi cabeza; tenía que agitar brazos y piernas, pero no encontraba la fuerza.

Me fui a la cama bajo la promesa del día anterior, y del anterior al anterior… al despertar me obligaría a realizar el listado de tareas pendientes.

Por inercia más que por convicción me levanté, bañé, arreglé y perfumé; subí a mi automóvil y comencé a conducir, aún disfrutaba el placer que me producía el estar tras un volante; me sentí feliz.

Me detuve ante un semáforo en rojo y antes de que pudiera reaccionar, la imagen de un chico de trece años, me jaló de nuevo al agua, sucia y resbalosa, como el agua de jabón que él ocupaba para rociar el parabrisas. Alrededor de su boca, en el contorno de sus fosas nasales distinguí lo que parecía resistol. En un segundo nuestras miradas, la mía y lo poco que parecía quedar de la suya se cruzaron. Quizá el llegó al fondo y está ahí, sentado, acostado, parado, pero en el fondo. Quizá eso sea más cómodo que la sensación de caer poco a poco. Antes de que me atreva a preguntar algo, el sonido de un claxon y la luz verde al frente, me obligan a avanzar. Extiendo mi mano con cinco pesos, contribuyo a pagar la cuota de permanecía… en el fondo.

Anécdotas de la otra cara

“Vi, a uno de los que viajaba conmigo, caer del tren y que le pasara encima, le rebanara las piernas, usted sabe, está cabrón …”.

Podría comenzar la historia de la misma forma en que la han contado una y mil veces. Acababa de salir de la universidad cuando me fui del país; desconocía de que medios me valdría, y lo único certero, que se repetía en mi mente, era la idea de dejar México; trabajar a costa de lo que fuese, en lo que se pudiera y juntar dinero.

Comencé a vivir una vida prestada.
Transitar por las calles de Houston, cuando la luz natural se comienza a extinguir, puede ser peligroso, mucho más si a esto se le suma el hecho de no hablar el idioma y ser ilegal. Esperaba el autobús; a mi lado un hombre moreno, camisa cuadros y pantalón de mezclilla, abrazaba una mochila: junto a él, un negro muy alto, flaco, trenzas pegadas al cráneo, ropa extremadamente holgada.

-¿Tiene mucho tiempo esperando el bus?
-Sí, señorita, ya se tardó en pasar

Esas fueron las primeras palabras que escuché de ese hombre, y minutos después conocí gran parte de su vida. Apenas dos semanas atrás había llegado de Honduras, su travesía, como la de muchos estaba plagada de penas y agonía; golpes, robo, mutilaciones, abusos de los coyotes, particularmente de los mexicanos. Fue en la frontera de México y Estados Unidos, donde uno de los coyotes le robó su mochila, donde guardaba dinero, identificación, teléfono y dirección de los primos que lo esperaban en la ciudad espacial. Por suerte él, se había topado con un salvadoreño que le ofreció techo, comida, compañerismo y fraternidad; una semana más comenzó a exigirle 100 dls a la semana para gastos de la casa.

-Aún no consigo trabajo, hoy fui a ver si me dan algo de dishwasher. Estoy más endeudado que cuando llegué, pero tengo fe en que las cosas se van a componer; por lo menos aquí hay trabajo, aquí si se puede uno ganar algo.

miércoles, septiembre 01, 2010

Si usted no sabe, menos yo.

Luchaba día a día con mi pereza día a día. Seré yuppie en potencia, me habré convertido en parte de la manada. Un día me levantaba con la firme convicción de que estaba haciendo lo correcto y al día siguiente me volvía a levantar con la firme convicción de que estaba haciendo lo correcto, pero añoraba mi perforación en el labio, mi cabello enmarañado y ms ojos tristes.

Lo único de lo cual estaba totalmente convencida era de la importancia de desarrollar una estrategia. Había pasado los últimos meses de mi vida desarrollando estrategías de comunicación, y ahora me daba cuenta de que era necesario desarrollar una estrategia para alcanzar mi meta.

La solución era invariable, siempre había que trabajar, por dinero, por mi, sin dinero, por mi, con reconocimiento, por mi. Sólo tenía que hacerlo.