jueves, septiembre 02, 2010

Ausente

Me sentaba en el sillón hasta sentirme hundida en un hueco. Tomé el control de la televisión y comencé a cambiar de canales hasta parar en lo que parecía una película mexicana. Una mujer de cabello corto, con una mechón largo color rosa; desmaquillada, pulseras en mano izquierda, overol y camiseta verde; rayaba un pared de cristal. Médium shot era el encuadre.

Dibujó un corazón atravesado por una flecha, mientras mantenía una conversación con un hombre.
-Me hizo bien estar en la clínica; pero ya no tomo fotos así.
- Es tu trabajo y está para cuando desees volver.
- Sólo quiero volver contigo, por eso regresé; necesito una segunda oportunidad.
- No puedo, estoy casado.

La última frase telenovelera de la conversación, me hizo sonreír en un destello, y supe una vez más, que todos somos la misma historia. Por supuesto que no pude evitar preguntarme si terminaría como esa mujer. Loca en recuperación.

Las horas continuaron pasando y yo no hacía nada, sólo pensaba sin poder actuar. Sabía que debía de rascar en lo más profundo de mi cerebro, para poder encontrar esa “chispa” que tanto me hacia falta. Estaba plenamente consciente de cómo me ahogaba en el torrente de ideas que emanaban de mi cabeza; tenía que agitar brazos y piernas, pero no encontraba la fuerza.

Me fui a la cama bajo la promesa del día anterior, y del anterior al anterior… al despertar me obligaría a realizar el listado de tareas pendientes.

Por inercia más que por convicción me levanté, bañé, arreglé y perfumé; subí a mi automóvil y comencé a conducir, aún disfrutaba el placer que me producía el estar tras un volante; me sentí feliz.

Me detuve ante un semáforo en rojo y antes de que pudiera reaccionar, la imagen de un chico de trece años, me jaló de nuevo al agua, sucia y resbalosa, como el agua de jabón que él ocupaba para rociar el parabrisas. Alrededor de su boca, en el contorno de sus fosas nasales distinguí lo que parecía resistol. En un segundo nuestras miradas, la mía y lo poco que parecía quedar de la suya se cruzaron. Quizá el llegó al fondo y está ahí, sentado, acostado, parado, pero en el fondo. Quizá eso sea más cómodo que la sensación de caer poco a poco. Antes de que me atreva a preguntar algo, el sonido de un claxon y la luz verde al frente, me obligan a avanzar. Extiendo mi mano con cinco pesos, contribuyo a pagar la cuota de permanecía… en el fondo.

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