jueves, septiembre 02, 2010

Un cuento pendiente

Los demonios
Entonces recuperé el sueño.

Cuando conocí a Samara inmediatamente me sentí atraído por ella. Desde mi ángulo observé en cámara lenta cómo la curvatura de sus labios se entreabría para pronunciar mi nombre de la misma forma en que días más tarde se abrirían sus piernas para llevarme a un mundo de placer agotador.

Fue en un bar de Sevilla donde la vi bailar por primera vez; sus manos blancas se entrelazaban como dos vertientes de agua que se convierten en una, mientras su cadera se contoneaba al ritmo en que sus pies hacían cimbrar el suelo. Podría morir en el placer de tocar su cabello negro, al toparme con las dagas de sus ojos azabache. Al terminar su número, se acercó a mi mesa.

Me encontraba recién llegado a España. Después de varios intentos por fin había conseguido vacaciones. 10 horas de vuelo, un poco más en tren, y me encontraba ahí, solo, bebiendo cerveza frente a esa gitana que me hipnotizó con su baile y que se acercaba a mí. Ahí estaba al frente, parada junto a la silla preguntándome:
- ¿Cómo te llamas?
Su voz era sutilmente áspera, como las manos en el invierno. Su dentadura perfecta me dejó en un espasmo hasta que repitió:
-¿Cómo te llamas?
- Javier
-¿Javier, eh? Ja vi er
- Tienes un común nombre español, pero no eres de aquí; ¿me invitas a sentarme?
Y fue ese el instante todo se detuvo, cuando dijo mi nombre. Se sentó y comenzamos a platicar, me preguntó qué hacía ahí, de dónde era, por qué estaba en Sevilla, si recorrería toda la zona Andaluz, si me había gustado su baile, si viajaba solo … y se ofreció a ser mi guía para los días posteriores.

Continué bebiendo y ella bailó para mí; sin pedírselo me acompañó hasta mi hotel…

Me aventó en la cama, al tiempo que comenzó a bailar de nuevo, desprendiéndose poco a poco de la ropa; sólo podía contemplar atónito el movimiento de sus pechos, y sus manos deslizándose entre sus piernas; escuchar ese jadeo entrecortado que salía de su boca, me hacía sentir que una eyaculación era inminente; en una fracción de segundo se abalanzó sobre mí y en dos movimientos sentí como mi glande hacia fricción con su paladar… cinco succiones y yo había acabado. Samara continuaba besándome, frotándose en mi pene, hasta que mi erección creció lo suficiente para entrar en ella; al primer contacto sentí la suavidad de sus entrañas y un calor ardiente que consumía la mías, tanto como me consumían sus ojos al mirarme.

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